Por Juliana Rodríguez | Tevé
Difícil jugarse a realizar una serie de ficción en la que ninguno (nin-gu-no) de los protagonistas sea un personaje con el que el espectador pueda tener cierta empatía. Pero Neil Jordan lo hizo. El director de El juego de las lágrimas se lanzó al vacío y creó Los Borgia. Para retratar una de las familias más poderosas del Renacimiento no se anduvo con pequeñeces y convocó a Jeremy Irons para el papel de Rodrigo Borgia.
La serie cuenta la historia desde que Rodrigo se convirtió en el Papa Alejandro VI. Combina una dirección de arte preciosita que hace que las imágenes parezcan un cuadro de Caravaggio, con un guión y registro actoral contemporáneos, para darle dinamismo a dos relatos: el de poder, corrupción e intrigas, y el de las historias de alcoba y las pasiones escondidas. En esa época, ambas esferas se cruzaban y el director muestra cómo lo que sucedía entre las sábanas repercutía en política. Así, sin medias tintas, la serie narra con intriga policial cuán lejos iba este clan para conservar y engrandecer su poder. Hay realismo pero no imágenes cruentas, como otros relatos de época, y una atención al detalle y a conservar la intriga del espectador que se agradecen. Irons vuelve a hacer un papel tan delicioso como el de Mi secreto me condena, y el elenco no se queda atrás: Francois Arnaud (César Borgia) es más lindo que talentoso, pero sostiene su papel en alto, aunque Holliday Granger nos deja con sabor a poco con su interpretación tibia de Lucrecia Borgia. Aun así, Los Borgia es una excelente propuesta de fin de semana.
La dan los domingos, a las 22, por Isat.
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